miércoles, 31 de diciembre de 2008

Tarde de invierno

Esta tarde el tiempo de mi vida se ha detenido ante los viejos edificios del Madrid más antiguo. He recorrido sus calles, ateridas de frío y de granito, calzadas de herraduras de agua de niebla y de lentos silencios. He pasado por viejos soportales, callejones oscuros, plazas desiertas, cafés recogidos al calor de una vela sobre la mesa, donde parejas de jóvenes se miraban largo tiempo a los ojos, ella con un pañuelo de color violeta, él con una bufanda gris y un abrigo de invierno y de futuro. Me he parado en escaparates de librerías, madera gris, puertas que chirrían y dentro, detrás del mostrador, el guardián del secreto, dormido, a la espera.
Bajo un cielo blanco de hielo, de escarcha y vacío, me he hundido en sus calles, sus plazas y sus monumentos, y sin apenas darme cuenta, he pasado revista a los sitios que fueron la esencia de mi vida. La lenta soledad de los suburbios en el centro mismo de la ciudad, donde todo llevaba al origen del mundo y de las cosas, a la Plaza del Dos de Mayo, a la Vía láctea de los sentidos, al camino que lleva al secreto de la Plaza Mayor. Pintores bajo un manto de desesperanza, viejos temas repetidos hasta la saciedad: el torero, el Quijote, la plaza...
Esta tarde he recorrido en silencio, despacio, cada piedra del centro, cada historia de ese mundo que nacía cada noche, y que un día, tal vez, fue mi mundo. El lugar donde todo empezó.

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