martes, 2 de febrero de 2010

Cambiar

…Aquella tarde, al verme reflejado en el espejo de una casa desconocida, de pronto me encontré siguiendo el mismo recorrido sentimental que había hecho hacía quince años. El mismo tipo de mujer, los mismos escenarios, y yo, tratando de resucitar las mismas sensaciones… Todo era igual, excepto que yo ya no era el mismo. Entonces decidí que no iba a volver a repetir jamás aquella historia. Mi alma había muerto de hipotermia y yo la había abandonado en un rincón de mi pasado, y no iba a regresar ahora a rescatarla. Salí de su casa y de su vida. Eran las siete de la tarde y estaba oscuro y llovía ligeramente. Noté el viento helado golpearme en el rostro y sentí un escalofrío. Al menos siento algo, recuerdo que pensé. Aquel atardecer, el centro de la ciudad era el lugar más inhóspito de este planeta.
-¡Mierda de invierno! –murmuré. Y de nuevo decidí cambiar. Cambiar alguna cosa de mi vida.
-Eso es: cambiar, cambiar… No voy a ser el mismo –aceleré el paso. Doblé por una callejuela y salí a una calle principal. Era una de esas calles céntricas, repletas de grandes almacenes y comercios. Un par de prostitutas conversaban apoyadas en el cierre metálico de un local. Cuando pasé a su lado, una de ellas me dijo alguna cosa, pero no contesté: hacía demasiado frío hasta para hablar. O tal vez no… No sé. Debía cambiar alguna cosa. Paré, me di la vuelta, y las contemplé un instante. Cambiar… Mientras lo hacía, llegó un señor mayor, casi un anciano. Habló con la más alta apenas dos palabras y se marcharon juntos. Cruzaron la calle camino de un portal. No se miraron. El anciano iba encorvado, parecía arrastrar una carga insufrible de tristeza. La otra prostituta me observaba. Cambiar… Me di la vuelta y me marché de allí. Algo debía cambiar: algo, en alguna parte; en mí, en ti, en el anciano… Tal vez aquella prostituta era el único ser que estaba en el punto donde convergen las líneas de fuga del planeta, tal vez ella era el centro o tal vez ella debía cambiar, tal vez todos debiéramos cambiar cientos, miles de cosas, tal vez, tal vez... La música de esas palabras misteriosas sonaba como un mantra dentro de mi cabeza. La música de las palabras, recuerdo que pensé. Amaba las palabras como a ninguna otra cosa del mundo, y decidí cambiar, y continué despacio, buscando más palabras calle abajo.

No hay comentarios: