lunes, 8 de febrero de 2010

Causas perdidas

Pasó el tiempo, cumplió los treinta y seis, y nunca llegó nadie. Dejó de perseguir sus sueños y se olvidó de aquel príncipe azul. Las cosas no eran como ella las sintió durante aquellos años. La vida le enseñó que el mundo funciona de otro modo, pero ella se empeñó en equivocarse. Se hizo una especialista en defender causas perdidas. Mató su soledad con unos cuantos hombres. Cuando la volví a ver estaba muerta. Nadie fue a verla aquella tarde, al tanatorio. Sólo su madre lloraba junto a ella. Yo sabía que había muerto de frío y decepción, aunque el forense dijo que fue de sobredosis.

Algunos días, si miro en lo más hondo de ese pozo de soledad que es hoy mi corazón, aún puedo ver su rostro curtido por el sol, sus pómulos salientes, y el brillo de sus inmensos ojos grises, que aquella perra muerte no consiguió apagar.

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