viernes, 12 de febrero de 2010

Una época de cambios

...No tenemos ni idea de la cantidad de sufrimiento que somos capaces de soportar...

Aquella fue una época de cambios. El cielo descendió hasta un punto en el que a uno se le hacía difícil respirar. La vida se alejaba, arrastrada por el río embarrado de todos los acontecimientos, y yo lo único que hacía era observar. Los momentos se sucedían y el tiempo se estiraba y se encogía. Yo presenciaba aquello con una despersonalización tan absoluta que algunas veces salía de mi cuerpo y me observaba, y era como el que observa a un gato cruzar un callejón, y ni uno sólo de mis viejos recuerdos permanecía entonces aún en mi memoria.
Aquella fue una época de cambios. Lo único que no cambió fue mi absoluta, inmensa, profunda, soledad. Miraba alrededor y contemplaba como el cambio lo destruía todo –las manos de los hombres, el rostro de las mujeres, la ropa de los niños…-, y me decía a mí mismo que aquello era destino, que no podía ser de otra manera, y quería pensar que todo ese desafío de continuar, un día y otro, algún día se iba a concretar en algo parecido a una respuesta. El cielo y el infierno eran la misma cosa y el resto del invierno no cesó de nevar. Todo se congelaba dentro y fuera de mí, hasta mis sentimientos. Yo atravesaba el mundo, aquel mundo de entonces, montado en una bicicleta helada, tapado con harapos, con el cuerpo encogido, hasta que no se distinguía de mí mas que un bulto deforme y blanco; solo en mi soledad, en medio de la noche, surcando un campo de batalla aterrador que no entendía, intentado continuar, mirando alrededor, observando pasar las vidas de los otros a una velocidad de vértigo, sintiéndome tortuga entre guepardos.
Aún entonces, guardaba tu foto en mi bolsillo, aunque, después de tanto tiempo, ya casi no podía recordar nada de ti. Tal vez debido a eso, no paró de nevar dentro de mi alma, y ese invierno me transformé en una estatua sin nombre. Escribía cada día cosas absurdas, palabras sin sentido, estúpidas palabras que acababan ardiendo en el fuego de cualquier chimenea. Aquella fue una época de cambios que no consiguieron cambiar nada de mí. Seguí siendo el de siempre, sólo que más extraño, mucho más alejado del mundo y de las cosas, un hombre que miraba en su interior, y tan sólo encontraba un torpe corazón completamente helado.

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