lunes, 1 de febrero de 2010

Sobre el dolor

-Te equivocas –me dijo con sus grandes ojos cargados de pasado-. El dolor nunca desaparece, lo que sucede es que de tanto estar ahí, de tanto doler durante tanto tiempo, llega un momento en el que ya no duele y está como escondido. Y no duele porque todo tiene un tiempo limitado de existencia, ¿sabes? Hasta para el dolor existe un tiempo. Quizás tú aún no lo has sentido. Me refiero a esa forma terrible de dolor. Si lo hubieras sentido sabrías de lo que hablo, lo reconocerías. Es un dolor profundo, que en un momento de tu vida, de un modo inesperado, llega y se instala dentro de tu corazón, y te desgarra de un modo atroz. ¿Sabes de lo que hablo? Te mata por dentro para siempre. Al principio no te das cuenta, pero luego, cuando, pasado un tiempo, crees que lo has superado e intentas volver a ser alguien normal, comprendes que ese dolor ha anulado una parte de ti, algo que nunca podrás recuperar de ningún modo. Una parte de ti se ha ido para siempre, ha desaparecido, y en su lugar sólo queda un hueco vacío. Eso hace el dolor, y el dolor tiene mil formas y mil intensidades, pero siempre hace lo mismo, deja en tu alma pequeños huecos vacíos, espacios en blanco más grandes o más pequeños, y eso sólo depende de la forma y la intensidad de lo que has padecido. ¿Me entiendes? ¿Por qué no dices nada?
-Déjalo estar –le respondí. Miré sus ojos grandes, y entonces ella se tapó la cara con las dos manos-. Venga, déjalo estar –continué, y le pasé mi brazo por los hombros. Sollozaba.
Caía la tarde y la ciudad, y el mundo, y la humanidad entera seguía su camino. Un grupo de chavales pasaron riendo a nuestro lado. Hasta el mismo universo seguía su camino, ajeno a su dolor.

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