jueves, 4 de febrero de 2010

Escribir

Escribir cada día. No es fácil. No sé como lo hago. Me planto delante del papel y me quedo mirando, y entonces, de pronto, dejo mi vida a un lado y todo se transforma en un relato. Escribir cada día, desde hace tanto tiempo… ¿Y todo para qué?, ¿y todo para quién? Preguntas sin respuesta. Algunas veces pienso que no seré capaz, que ya me he saturado, que no me queda nada por decir, pero al final siempre aparece algún detalle, una delgada brisa que recorre el pasillo, el hueco de un rostro de mujer sobre la almohada… Miras por la ventana y ves a un corredor y piensas que la gente que corre siempre parece huir de su pasado y está tratando de alcanzar un futuro que se le escapa. La gente que escribe parece que no sabe correr.
Escribir, respirar, escribir. Atravesar los campos de la vida y la muerte, los viejos pasadizos de los años, las claves de la desesperanza, y en un momento dado, decirse de algún modo que el mundo en el que vives tal vez tenga dentro de sí una respuesta. Y así durante años. Luego viene el saber que no se sabe, después viene el saber que no hay respuestas, y al fin llega el saber demoledor que te dice que esto que escribes con la tenacidad de un loco, no es ni remotamente un pálido reflejo de escritura. Y entonces empiezas a escribir de nuevo, y lo haces cada día, y no sabes porqué, y lo sigues haciendo hasta que en tu interior no queda nada, y te quedas vacío de ilusiones mientras alrededor la gente corre con la mirada fija en un punto del horizonte.

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