miércoles, 24 de febrero de 2010

La eternidad no es nada

Aquella noche la eternidad se deslizaba lenta en lo más profundo de tus ojos. Yo quería que aquello no terminara nunca. Las luces de ese gran universo alrededor de todo. Cada sonido era un misterio, cada olor un destino, cada poro de tu piel un océano en el que yo naufragaba sin remedio... Recuerdo que el reloj de la habitación marcó las cuatro de la madrugada, un grillo cantaba en el balcón desde hacía algún tiempo. Recuerdo también que era verano y que una ligera brisa movía las cortinas. Aquella noche la eternidad se deslizaba lenta entre los dos. Subí a los cielos y regresé a la tierra. Ahora, no sé muy bien porqué, en medio del invierno más frío de mi vida, recuerdo que estabas a mi lado y el tiempo se había detenido. Era verano y una ligera brisa movía las cortinas de aquella habitación... Yo te quería como nunca ha….
-… ¿Te gusta? –Leo levanta la vista del papel y me mira de arriba a abajo.
-Tío, estoy congelado. ¿No ves que está lloviendo? –respondo-, déjame en paz, no tengo la cabeza para historias –; ¿porqué no vamos a algún lado?
Leo no me contesta, su espíritu se ha marchado muy lejos, vuelve a leer su texto. Mueve los labios, murmura las palabras. Cuando acaba, sonríe satisfecho. Le gusta eso que ha escrito, está contento. Luego arruga el papel. Hace una bola y se lo tira al holandés que en ese instante cruza la plaza corriendo, porque se ha dado cuenta de que el conductor del camión de la cerveza se ha dejado el portón trasero abierto. Llueve más fuerte.
-¡Vámonos de una vez! -le digo-. Entonces Leo se levanta y buscamos los dos algún lugar donde pasar la noche mientras la lluvia deshace, poco a poco, las palabras que ha escrito en el papel.

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