Aquel día se despertó cargada de recuerdos. Sentía el aire cálido en su piel. Eso fue lo primero que sintió. Salió a la terraza del apartamento. El mismo apartamento, después de tanto tiempo. El mar lanzaba destellos plateados y la luz del paisaje era tan intensa que no podía mirar. Se tapó el rostro con las manos y abrió y cerró los ojos varias veces. Sintió una extraña sensación: aquella luz era especial. El mar era profundamente azul y el cielo parecía serlo aún más. El paisaje flotaba, ingrávido y eterno, en medio de la nada del desierto. Las casas del pueblo estaban pintadas de blanco, y las puertas eran del mismo color azul del mar. Todo en ese lugar era un laberinto de callejuelas estrechas, cargadas de flores, de luz y de pasado. Sintió en su rostro el calor de la luz del sol y la atmósfera transparente y limpia. El silencio se desplegaba, lento, como una bendición, sobre todas las cosas. Respiró hondo, pensó en aquel verano, sintió en su corazón el paso de los años, y no pudo hacer otra cosa que llorar. Tenía aún quince días por delante y estaba en el mismo lugar, después de tanto tiempo, y nada había cambiado, excepto ella.
jueves, 25 de febrero de 2010
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