martes, 16 de febrero de 2010

Hacia el Conocimiento

El señor Lemon se ha despertado, ha encendido la luz y ha mirado el reloj: son las cuatro y media de la madrugada. Es invierno y hace bastante frío. La casa está en silencio; un silencio pesado y extraño que encoge de un modo irremediable el corazón. Esta ausencia de sonido es como la mirada de un hermoso caballo que se ha roto una pata –piensa- y abre un libro.
El señor Lemon lee un par de páginas, pero no consigue concentrarse y lo deja. Mira de nuevo el reloj. Se levanta, se viste. La casa está vacía. Se pone el abrigo y sale a la calle. Son las cinco de la mañana y comprueba que después de varios días; en este preciso instante, ha dejado de llover. La atmósfera de la calle se parece bastante a la de la casa: a estas horas no hay nadie. El mundo entero está en silencio. Todo está empapado y se oyen gotas de agua caer por todas partes, desde las ramas de los árboles, desde los tejadillos, por las alcantarillas… Todo este mundo no es más que un universo empapado de agua. El agua parece gotear también sobre el silencio.
El señor Lemon camina distraídamente sin rumbo fijo. Dentro de una hora y media tendrá que ir a trabajar, pero eso resulta muy lejano en este instante. Ahora lo único que siente es una sensación intensa, y piensa lo fácil que resulta empezar de cero cuando no dejas nada atrás.
Ahora, el señor Lemon camina sin mirar alrededor, sólo mira hacia adentro. Camina. Le da vueltas y vueltas a sus pensamientos, recuerda escenas de su vida, pasajes leídos en los libros, imágenes de rostros y de cuerpos, lugares perdidos en el tiempo… Son tantas y tantas experiencias… ¿Y todo para qué? Comprende que el hombre no es más que un recipiente cuya única función es acumular Conocimiento. Un poco más tranquilo, después de pensar esto, regresa de nuevo para casa, aunque sabe que queda mucho tiempo aún para que amanezca.

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