miércoles, 17 de febrero de 2010

Entre dos estaciones

Tanta gente, y todos buscando su camino… En el vagón del metro la chica negra se ha tapado el rostro con las manos, y permanece así, durante el espacio de tiempo que se deshace entre dos estaciones. No está dormida, probablemente intenta no pensar. A su lado hay un joven; tiene la ropa manchada de gotas de pintura y sus manos hinchadas aún conservan las marcas de un día de trabajo. Al fondo, una pareja arrastra dos maletas. A veces se miran y se besan en los labios, de un modo rápido, como diciéndose que aquello es un comienzo y que no pasa nada. Una señora aprieta con fuerza contra el pecho a un niño muy pequeño; el niño duerme. La señora mira al techo todo el tiempo. No parpadea, y eso hace que parezca que está mirando algo amenazador. Dentro de ese vagón su mirada es un misterio inquietante. A su lado hay una mujer: sus rasgos son bonitos. Suena su móvil. Ella atiende la llamada, sonríe, dice que estaba a punto de llamarle, pero que no ha tenido tiempo. Pienso que a las mujeres jóvenes que tienen un rostro bonito el móvil les suena a todas horas. Probablemente a esa chica negra que se tapa la cara con las manos su móvil le ha dejado de sonar. Es tarde; demasiado tarde para sentir cualquier cosa que no sea cansancio. El metro va ha cerrar. Este es el último viaje. Los rostros a mi alrededor reflejan el cansancio de otro día. Siento que este vagón es un mundo pequeño, perdido en algún punto de la nada, que gira en un espacio interminable. Un mundo que gira para eternamente, sin la más mínima posibilidad de llegar a ninguna parte.

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