martes, 23 de febrero de 2010

Y la vida seguía

Y la vida seguía su camino, y el mundo no era más que un fragmento de mineral vagando en medio de un océano de estrellas y todo debía tener un espacio concreto en el que Ser, aunque nadie parecía conocer ese secreto. Las cosas se llamaban. Toda esa creación atravesando el tiempo. El murmullo de un mundo en continua transformación, creciendo e impregnando todo de sensaciones. No sé como empezó: surgió en mi corazón un sentimiento; lo vi nacer, crecer, multiplicarse... Y mientras tanto, la gente iba y venía alrededor. Tú amabas toda aquella humanidad, mientras que yo desconfiaba de todos. Probablemente yo no era más que un perro que ha estado demasiado tiempo solo, sin nadie que le diera de comer. Pero eso daba igual: corrías a atrapar cada momento y yo lo único que hacía era observarte. Un día dijiste que subiéramos a la cima del mundo y subimos los dos. Otro día dijiste que querías conocer el fondo de un mar desconocido; uno que fuera de un intenso color azul cobalto, y te seguí hasta el corazón de una isla de Grecia de nombre impronunciable. Tú y yo, solos los dos, y el mundo-paraíso, hermoso, vulnerable y pasajero, tan poco creíble como una de esas películas que ponen los sábados por la tarde en la televisión. Me cansé de quererte poco a poco. La isla se iba hundiendo sin remedio. ¿Porque deja uno de querer? Eso era un gran misterio. Y la vida seguía mientras tanto, pero era una vida de otros. Tal vez ellos también esperaban su turno para este desencanto…

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