viernes, 26 de septiembre de 2008

Esther

Esther esperó junto al fuego a que subiera el café. Luego, regresó a la mesa, sirvió a su marido y se sentó frente a él. Eran las ocho de la mañana. Había dormido mal. Tenía los ojos hinchados y el pelo enredado.
─¡Qué asco! ¿Será posible? –la voz de su marido le llegó desde detrás del periódico. ¿Sabes cuánto hemos perdido ya?... Más de setenta y dos mil euros. Si la bolsa no remonta la próxima semana no sé lo que voy a hacer.
Esther no respondió: se hizo un silencio espeso. Nunca se había preocupado de dónde invertía el dinero su marido. Tenía un buen trabajo y en los doce años que llevaban casados su economía había ido de bien a mejor.
─He comprado una alfombra nueva para el salón. Mañana me la traen –su voz le sonó extraña mientras decía eso.
Su marido dejó el periódico a un lado y se puso a untar mantequilla en la tostada. Le observó mientras la extendía. Llevaba puesta una camisa azul y una corbata a juego con el traje. Notó que le apretaba el cuello. En los últimos cinco años había engordado quince kilos, se había ganado a sus suegros y había conseguido un buen puesto en la compañía. Se habían comprado una casa de lujo y un todoterreno, y aunque no habían tenido hijos [esta noche, sin falta, pensaba hablar con él de eso], podía decirse que eran felices.
Su marido apuró la taza de café, se levantó, la dio un beso al pasar, y salió por la puerta. Antes de salir, se volvió y la recordó que a las diez tenían una cena.
Esther se quedó sola en la cocina. Encendió un cigarrillo y se puso a ojear una revista. Media hora más tarde sonó el timbre de la puerta y salió a abrir. Era el perito del seguro. Estuvieron revisando algunos detalles de la casa: había una pequeña gotera en la buhardilla, una mancha de agua en la pared del garaje… Era un muchacho joven, de unos veintinueve años. Vestía un traje barato. Tenía el pelo negro y unas manos delicadas con unos dedos largos. Ella pensó que tal vez tocaba el piano o algún otro instrumento.
Se acercaron al cuarto de baño. El joven se puso de rodillas para ver lo que le comentaba ella. Era la tubería de detrás. Por alguna parte había una filtración que manchaba la pared del pasillo, pero no veía nada. Ella se agachó y le intentó señalar el lugar por donde parecía que salía el agua. No había espacio. No encontraban nada. Su pecho rozó el costado del joven y ella sintió una sensación extraña, pero por algún motivo no se separó. Él se acercó aún más. Los dos estaban agachados entre la taza del váter y el armario. Notaba el calor de su cuerpo. De pronto el se volvió y la besó en los labios. Se volvieron un poco más, el uno contra el otro. Sintió que la boca del joven sabía a cerveza. Él le acariciaba un pecho con la mano. Ella esperó un momento así, hasta que sintió que le explotaba la cabeza. Le apartó un poco. Torpemente, chocando el uno con el otro, se pusieron de pie.
─Perdón! –dijo él─, yo…
─No, no… ─dijo ella─, no te preocupes, es que… No sé…
─Lo siento, disculpa, no sé como he podido…
─Vamos a la cocina –dijo ella, mientras intentaba tomar algo de aire. La sangre le latía en la cabeza. Estaba muy nerviosa. Apenas podía respirar.
─Le acompañó a la cocina. Él joven rellenó el parte de desperfectos y se lo dio. Ella lo firmó sin mirar. Le temblaba la mano de un modo que no podía controlar. Comenzó a sentirse terriblemente ridícula. Le acompañó, casi empujándole, hasta la puerta.
Eran las diez de la noche cuando llegó su marido. Esther estaba todavía en la cocina. Miraba fijamente el cristal del microondas. La besó de pasada.
─Vamos a llegar tarde a la cena –dijo él, mientras se perdía por el pasillo.
Esther no respondió. Se levantó, sacó una cerveza de la nevera, bebió un trago. Sintió el sabor frío y amargo de la cerveza. De nuevo se sentó en la silla y se quedó allí, sin decir nada, mirando el microondas.

2 comentarios:

Mar Sanfrancisco dijo...

De principio a fin, muy bueno.

La monotonía es lo que tiene, pero siempre pasa algo que te hace replantearte tu vida, y ella no tardara en hacer algún cambio en su vida, seguro.

Besotes.

Angel Pasos dijo...

Hola mar: un abrazo. Me alegra que te gusten mis relatos.