martes, 22 de septiembre de 2009

En un cruce de caminos

Caminó tres días y se encontró con ella. Estaba de pie, en un cruce de caminos. A su alrededor el polvo bailaba una danza de locos con el viento. Él se sentó a esperar. No tenía nada mejor que hacer, así que decidió esperar a ver qué sucedía. La muchacha estudiaba los caminos. Miraba al horizonte, y a ratos parecía que tomaba una decisión, pero luego se arrepentía. Recogió algunas piedras, se sacudió el vestido –llevaba un vestido ligero de verano, de color crema, con dibujos pequeños de rosas rojas, con los bordes pintados con tinta-, él la observaba, y a ratos, sentía como desde el cuerpo de esa mujer llegaba una melodía.
Ella entonces le vio. Sus miradas se cruzaron. Tenía unos ojos claros, repletos de agua de mar, cargados de historias tristes, de preguntas sin respuestas, de despedidas eternas. Él decidió quedarse, hacer un hogar en ellos. Pensó que ya no importaba dónde, que no existían los caminos. Ella le escribió su nombre y le dio su dirección, y luego se despidió. El la buscó tres días, luego trescientos mil, hasta que dio con ella. Estaba de pie, esperando, en un cruce de caminos. Él se sentó a su lado; los dos miraban al mundo, repleto de espacios grandes. Se terminaban las horas y hacía un poco de frío, por un desgarro del cielo llegaba una luna blanca. Yo creo que se querían.

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