lunes, 7 de septiembre de 2009

Siete infiernos

Siete infiernos no son nada si tengo que cruzarlos para llegar a ti. Cae la noche y los reflejos de las luces se mueren en los charcos. La mujer china llora en su esquina. Desolación de una pobreza de la que no escapará nunca. ¿Porqué no se puede cambiar ningún pequeño aspecto de la vida? Es de noche y en el escenario de la ciudad, las cosas no son lo que parecen: el negro ciego se pierde entre las brumas de la droga. Ahora es un zombie; su alma se ha ido para no regresar. No hay nada que pueda preocupar a esa mente dormida. La anciana se afana en recoger sus cosas entre un montón de cajas de cartón. Restos de lo que es su pesadilla. No queda nada ya de sus días pasados. Sus manos, cubiertas de mugre de cien días, son lo más expresivo de su cuerpo. Hay mala gente aquí: ahora se acercan dos. Llevan el diablo en su mirada. Mal vino, mala sangre. Peleas de mal beber, botellas rotas. La policía pasa. Al otro extremo un par de corazones solitarios hacen las paces bajo la luz de una farola. Dos lesbianas se pegan dentro de un coche. Se pegan de verdad, con saña y desesperación. Una es mulata, la otra una niña pija descarriada. El coche es un deportivo plateado. Pienso que ese coche es como un gran pez, un tiburón gigante. En las tripas del pez se siguen pegando las lesbianas.
Sufrir no lleva a nada, pero hay cosas que me superan. La china llora en su esquina. Vuelan papeles. Se ha levantado viento, no se ven las estrellas. Siete infiernos no son nada si tengo que cruzarlos para llegar a ti, pero debo reconocer que me he perdido entre la sordidez de esta ciudad oscura y ya no soy capaz de encontrar el camino. Busco a mi alrededor algo que me recuerde a ti. ¿Cuánto hace que te busco? La china no deja de llorar: llora toda la noche.

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