domingo, 20 de septiembre de 2009

Humo

Hay un lugar, detrás de un muro y una reja de hierro, donde se pone el sol y cada hora el silencio se apodera del mundo. Allí acaban las ilusiones y las palabras, y nacen los recuerdos que nos perseguirán el resto de la vida. Ayer pasé de nuevo, después de mucho tiempo, por ese sitio y todo seguía igual que lo de lo dejamos aquella mañana de noviembre. La misma capilla gris, marchita y triste, que aquel amanecer de cipreses callados heló tu corazón. Estábamos allí los dos, desconsolados, mirando aquella columna de humo blanquecino que salía de alguna parte y se llevaba el viento hacia un lugar desconocido. Tú bajaste la mirada, aguantando las lágrimas, y no decías nada. Yo no sabía que hacer, donde meter las manos. Nunca antes de ese día me había puesto un traje.
Llegaron unos coches y un hombre vestido de gris descendió el primero. Colocó una corona a un lado y luego colocó otra. Nadie dijo una palabra, todo el mundo entró en silencio en la capilla oscura. Las coronas de flores parecían ojos enormes que nos miraban y el aire se impregnó de un aroma opresivo de tristeza. Yo sentía en mi corazón que todas aquellas flores habían muerto por una razón absurda, lo mismo que nuestro amigo. Tú mirabas al suelo y no me decías nada y en tus ojos se deslizó una maldición que se quedó a vivir entre nosotros, como una estatua de mármol y de tristeza, toda la vida.

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