miércoles, 9 de septiembre de 2009

Una mañana

Aquella mañana estaba desayunando una tostada con mermelada de arándano o de grosella. No lo recuerdo bien. Lo que sí que recuerdo con toda claridad es que miré por la ventana y en la orilla del mar, allá donde la arena se veía húmeda aún, se había posado una bandada de gaviotas. Pensé que aquel lugar no estaba mal. Había llegado allí después de dar un buen montón de tumbos por la vida. Tenía setenta años y estaba cansado de vivir. Desde hacía mucho tiempo lo único que hacía era escribir, pasear en las puestas de sol, rumiar recuerdos del pasado y soñar con un futuro diferente en busca de un detalle que le diera sentido a este maldito esfuerzo de continuar viviendo cada día. Nunca encontraba nada.
Aquella mañana estaba desayunando una tostada con mermelada de arándano o de grosella, no lo recuerdo bien. Lo que sí recuerdo con toda claridad es que a las diez en punto exactamente, aquella bandada de gaviotas levantó el vuelo y apareciste tú, con un pequeño bañador a rayas, buscando conchas en la arena, y yo, no sé porqué, dejé aquella tostada a medias, crucé la playa, fui hasta donde estabas, y me puse a charlar contigo.

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