martes, 1 de septiembre de 2009

Rendirse

Estaba claro: había que rendirse a la evidencia. Yo la quería. La quería con toda la fuerza de mi desesperación: quería cada centímetro de su piel, quería cada uno de sus gestos, cada una de sus palabras, la forma en que pensaba y la forma en que vestía, sus ojos, su mirada, la forma de sus pies y de sus manos. Amaba sus virtudes y amaba sus defectos. Debía aceptar aquello. Había estado engañándome todo ese tiempo, pero ahora, de pronto comprendí que era inútil seguir fingiendo, ocultándome a mí mismo mis propios sentimientos. Era imposible no dejarse arrastrar por todo eso que bullía dentro de mi aturdido corazón. Me había enamorado sin remedio. Vivía sólo para quererla. Desde hacía algunos meses ella era el centro de todo mi universo. ¿Qué iba a hacer ahora que se había marchado para siempre? El mundo se había convertido en un lugar vacío y hasta el hecho de respirar el aire de aquella primavera me dolía. Todo me recordaba a ella. Cada rincón de la ciudad, cada brizna de hierba... Mientras tanto, a mi alrededor, el mundo seguía interpretando su hermosa melodía; los jóvenes, los viejos, todos vivían sus vidas, tan sólo yo andaba perdido. Sólo y perdido eternamente, en medio de un desierto, observando a la gente desde la soledad de mi pequeña barca embarrancada en la arena infinita de mi vida, y sin embargo sentir toda esa sensación... Era terriblemente hermoso volver a comprobar que, ahora, de pronto, todo este mundo absurdo podía llegar a tener un sentido. Aquel amor le daba explicación a cada cosa. Vivía para hacerla feliz, no había nada más fuera de ella. Comprendí que había que resistir, hacerse fuerte y luchar por cada minuto de la vida. Seguir luchando con todo el corazón. Los milagros suceden, me decía.
Yo la quería, la quería con locura, la quería con desesperación, me había enamorado sin remedio. Un par de horas después ya estaba en el camino. Tardaría mucho tiempo en dar con ella. Tal vez un año o dos, tal vez toda la vida. Sólo sabía su nombre y que se dirigía a algún lugar del sur. Me dirigí hacia el sur. El sur no es demasiado grande, me decía, cuando uno busca a la mujer que quiere con toda el alma.

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