domingo, 6 de septiembre de 2009

Parado en la esquina

Esperó, parado en la esquina, observando a la gente. Esperó hasta que ya no quedó nadie. Luego, en el mundo vacío, dejó pasar aún más el tiempo. Era extraño ver como la noche avanzaba, se cubría de nombres, de recuerdos. Era extraño comprobar como, dentro de cada forma, existía un lugar; como dentro de cada imagen habitaba una vida, como dentro de cada gesto se escribía una historia. Parado en la esquina de su mundo vacío caminó sobre el cable que cruzaba el abismo y así, poco a poco, se fue desprendiendo de su identidad. Y el silencio y la nada completaron las horas y el sol ascendió por las fachadas e iluminó los balcones, la acera, los nombres, y más tarde también pasó de largo, saltando entre los tejados, con su luz juguetona, y de nuevo se puso, y se hizo la oscuridad hasta que ya no quedó nada sobre el juego del mundo. Parado en la esquina del tiempo, el anciano se olvidó de sí mismo, de su vida y las cosas, del dolor de existir y la desolación que le había supuesto estar muerto en vida. Se olvidó de sufrir y empezó su camino: el regreso constante a lo eterno, al principio-final, donde nacen y mueren las cosas en el mismo momento.

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