miércoles, 2 de septiembre de 2009

Preguntas

Siempre la misma pregunta, murmuró entre dientes. Tenía la boca seca. Doscientos metros más abajo, allá donde acababa la empinada ladera, comenzaba un valle por el que en otro tiempo había discurrido un río. Soltó los frenos y al instante la bicicleta cogió velocidad. Se dejó caer dejando tras de sí una gran nube de polvo. La amortiguación delantera gimió al rebotar entre las piedras. Tiró del manillar y enlazó un par de saltos con fluidez; era como bailar con la montaña. Sonrió al ver como, a pesar de los años, aún era capaz de disfrutar con estas cosas como si fuera un niño.
Al llegar al fondo del valle paró y un golpe de calor lo envolvió de repente. Allí, en el cauce seco del río, entre los cortados de tierra, sintió que estaba en un desierto. La vida es un desierto, pensó, vivir es como atravesar un gran desierto, y comenzó a pedalear para salir de ese lugar cuanto antes.
Cinco horas después seguía pedaleando. Tenía la boca seca y le pesaban las piernas. Frente a él, el sol se ponía tiñendo de colores cálidos el cielo. El mundo era un lugar extraño; hermoso, inexplicable y al mismo tiempo triste. La soledad de aquel lugar era aplastante. Pronto se haría de noche y debía pensar en tumbarse en algún sitio y descansar un rato. Mientras avanzaba, la imagen de una mujer volvía una y otra vez a su cabeza. ¿Dónde estará en este momento? Aún la quería, después de tanto tiempo. Ahora ya era muy tarde para continuar, no había luna, la oscuridad impedía ver el camino, y en el cielo brillaban las estrellas. Nunca se cambia, pensó, da igual adónde vayas, las preguntas que no te puedes responder, te siguen siempre.

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