jueves, 24 de septiembre de 2009

Locos

En la planta tercera del hospital las cosas permanecen extáticas, como si estuvieran flotando sobre un abismo, suspendidas de un hilo que pudiera quebrarse en cualquier instante. El vigilante no dice nada. Abre la puerta y la cierra tras de mi. Camino por el corredor sin mirar a los lados. No necesito mirar: sé lo que hay. A cada lado, simétricos, se abren los huecos que forman las habitaciones sin puertas, y dentro cada habitación, un ser perdido en su mundo para siempre.
Ese pasillo siempre se me hace interminable. Al fondo, a la derecha; por fin llego hasta ella. Está en la cama, mirando fijamente al techo. Saludo, pero no me responde. Algo pasa por su cabeza. Me siento sobre la cama. La observo; me mira fijamente. Al rato su rostro se suaviza y llora. Es tan hermosa. La habitación se llena de murmullos, de gestos sin salida, de muros imposibles de saltar. Nadie es capaz de sufrir como los locos.

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