domingo, 27 de septiembre de 2009

Las relaciones

Era muy tarde: estábamos sentados en un banco. Leo se esforzaba en liar un cigarrillo con restos de colillas que había recogido del suelo y un trozo diminuto de hachis. Mientras buscaba un filtro que se le había caído en alguna parte, entre los pies, no paraba de hablar: “...el caso es que me dijo que ya nunca sería como antes, que si demasiada intensidad, que si ella quería una especie de -aquí me pierdo un poco-, amistad corriente, de coleguillas y punto, que si esto que si lo otro... Yo la observaba y no sabía que contestar... Que me mandó a la mierda, vamos. Y yo lo único que le dije fue: estás cometiendo un grave error haciendo esto. Y mientras lo decía me sentía como un gilipollas. Pero ella ni parpadeó. Lo tenía muy claro; así que me fui de allí, y mientras caminaba de noche, solo, por la ciudad, sumido en mis pensamientos y dando vueltas por las calles sin saber adónde ir, pensaba en las relaciones de los seres humanos, en la vida, en lo terrible que es todo... Sólo éramos amigos; no había ningún problema, nada, pero ella no quería esa amistad, ni la necesitaba, y eso es así de fácil, y no hay que darle vueltas. No quería eso y sólo dios sabe porqué. La miré el cuello y ya ni siquiera llevaba aquel colgante que hacía menos de una semana le compré con toda la ilusión del mundo. Ni una semana le había durado en el cuello aquel colgante. Así funciona esto. Total, que se acabó esa historia y pasé de ese maldito capítulo del libro de mi vida y me propuse no volverlo a leer nunca más. Y lo peor de todo es que ni siquiera puedo decir que me doliera. Aquella noche me costaba pensar. No me dolía lo que había sucedido, como otras veces no me han dolido otras cosas trágicas que me han pasado en la vida. Ella era inteligente; era mucho más inteligente que yo, así que ella sabrá porqué lo ha hecho y yo creo que ya no sé sufrir; ¿sabes?, a veces pienso que he perdido la capacidad de sufrir y no consigo que nada me duela demasiado, o tal vez es que ya no distingo lo que es el sufrimiento en medio de tanta basura y tanta infelicidad. Así que lo único que sentía aquella noche era una especie de pena muy grande y muy profunda. Yo hubiera querido sentir un dolor desgarrador, pero no sentía más que pena. Tal vez ya nunca pueda volver a sentir nada. Ni sentir algo de dolor, ni tener una amistad, ni volver a creer en nadie... No sé: he perdido la fe en los seres humanos; y luego hay otra cosa ¿sabes Ángel?; los locos lo estropeamos todo. Puede que esa sea la única verdad que me acompañará toda mi vida. La única respuesta a todo lo que me sucede. Los locos mueren solos... Nadie soporta a un loco... Ángel, tío, líalo tú, que a mí me tiemblan las manos esta noche...”

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