domingo, 4 de enero de 2009

Casas

Bloques de casas con fachadas de ladrillo gastado por los años, con persianas caídas, con ventanas pequeñas adornadas con ropa tendida y manchas de humedad. En estos edificios no hay carteles de “se vende”, porque sus ocupantes no sabrían dónde ir. Después de tantos años ya se han acomodado a sus pisos estrechos, al perenne olor a repollo en la escalera, al vecino borracho, a la loca del quinto. Son los bloques de los derrotados. Tenemos que hacer algo -dicen en una reunión-, tenemos que poner la puerta del portal; una que sea de hierro. Si es que ya han entrado cuatro veces. Y qué susto, que había que ver la pinta de ese tío, y cómo me amenazaba con la jeringuilla, dice la señora Juana, ¡si no fuera porque una ya ha visto tantas cosas! Y entre todos deciden pedir un presupuesto. Yo conozco un Rumano que, seguro, nos lo hace por menos de la mitad. Y ponen la puerta y luego... Y luego nada más. Pasan los años, la gente envejece y el graffiti que hay al lado del portal aún sigue ahí. Fue el mayor de la Carmen, la del portal de enfrente, que yo lo vi. Y el hijo yonki de la pescadera se muere en el jardín una noche de invierno. Y poco a poco una mancha de descomposición y de derrota, como esas sombras verdes que crea la humedad, lo va llenando todo. ¿Cuánto hace que no ha nacido un niño en este bloque? Ni idea, Lola, ni idea, ya he perdido la cuenta. ¿Te acuerdas cuando había césped y un banco en el jardín? Espera que te aguanto la bolsa. ¡Cómo pesa esta puerta! Y mira que ponerla del revés.

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