sábado, 10 de enero de 2009

M50 - ¿Es que nadie sabe que estamos aún aquí?

Es viernes, nueve de enero del año 2009. Parado con su furgoneta en la M50 desde hace cuatro horas, un joven, vestido con un mono azul, se entretiene haciendo un muñeco de nieve en el arcén. Alrededor de nosotros sólo se ve un laberinto de coches y camiones parados hasta donde alcanza la vista. Le observo mientras el muñeco de nieve va tomando forma y altura. En la radio, nuestros políticos de izquierdas y derechas enumeran los miles de efectivos que han desplegado para paliar los efectos de la nevada.
Espero una hora más y me bajo del coche. La gente camina de un lado a otro. Charlan entre ellos. Pregunto a un camionero si ha oído algo por su radio. Me dice que están cortadas todas las carreteras. Este hombre es Polaco. Mira el arcén, señala los tres centímetros de nieve acumulada y se ríe de este país nuestro y de nuestras rarezas.
Pasan las horas y no nos movemos. Esperanza Aguirre dice en la radio que todas las carreteras están abiertas. Sus carreteras, claro, las otras... Me bajo y charlo un rato con un señor mayor que va a Arganda con una furgoneta.
-Nos toman el pelo -dice-, si es que nos toman el pelo, pero claro, como nunca hacemos nada. Eso sí, cuando hay que pagar, nosotros, a pagar. Pagamos por esto, por lo otro, por lo de más allá... Y ellos ¿que hacen con la pasta? Reírse de nosotros.
En un momento de la conversación los dos caemos en la cuenta de que llevamos ya más de cuatro horas allí, de que no hemos comido, de que esto tiene una pinta fatal. Los dos nos miramos desolados. En esta ciudad ya no hay quien viva -digo.
Le escucho desahogarse un rato más y regreso al coche. Unos metros más adelante, encajonado entre un camión y unos coches, hay un hombre con una moto. Los arcenes están cubiertos de nieve helada y aquí ni la moto es capaz de abrirse paso entre esta marabunta de vehículos. Estamos parados cerca de la salida de la autopista de Valencia y el caos es total. Al rato comienzan a moverse algunos vehículos. Todos arrancamos los motores. Nos movemos, pero al instante volvemos a parar.
Escucho todas las cadenas de radio, oigo las noticias de unos y otros. Subo y bajo del coche. Camino un rato (a la vuelta me cuesta encontrar mi coche en este lío, pero, curiosamente, eso ya me da igual). Hablo con dos camioneros, con una mujer que está preocupada porque su hermana ha tenido un accidente.
-Si voy aquí al lado -dice-, a un kilómetro, nada más, y la página web de la DGT decía que no había retenciones.
Hablo con el electricista, con el reponedor de máquinas expendedoras, con el empresario, con otro camionero y todos dicen lo mismo. Nos toman el pelo, nos toman el pelo. Todos miramos perplejos hacia el horizonte. La M50 se extiende ondulada, como un río de coches y camiones hasta el horizonte. Miramos, fascinados, este monumental caos que ha organizado la incompetencia total de los que nos dirigen, de unos y de otros. Los de derechas, los de izquierdas, los de sus carreteras, los de las otras...
Regreso al coche. Son las seis de la tarde, está oscureciendo y comienza otra vez a nevar. Llevo seis horas atrapado en la M50. Empiezo a pensar seriamente que vamos a pasar la noche aquí. En la radio el político de turno dice que ya se ha restablecido la normalidad en todas las carreteras. Curioso, pienso, ¿es que nadie sabe que estamos aún aquí?

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