martes, 6 de enero de 2009

Vivac

El día anterior había caminado ascendiendo la montaña y luego había continuado cresteando por nieve blanda durante ocho horas hasta llegar a este lugar. Durante todo ese tiempo le había dolido la rodilla derecha de un modo inquietante, que había ido a más según pasaban las horas. Desde la cima de la montaña que coronaba la cresta, descendió unos cien metros por una ladera nevada de la cara norte. Allí cavó un agujero en la nieve y desplegó el aislante y el saco de dormir. Sobre las seis de la tarde se puso el sol; entonces se metió en el saco y se dispuso a pasar la noche.
El frío intenso le despertaba cada dos horas y entonces se daba masajes en la rodilla. Ahora, al enfriarse los músculos de su rodilla, el más mínimo movimiento le causaba un intenso dolor. Intentó beber pero el agua se había helado a pesar de estar entre el saco y la funda de vivac. Sopló aire caliente dentro de la cantimplora y sorbió algunas gotas, lo justo para humedecerse los labios. Repitió esta operación hasta que se le helaron las manos sin conseguir calmar la sed. La luna llena brillaba en el cielo de un modo abrumador, creando un ambiente irreal. La nieve, las rocas, las montañas, todo había adquirido un tono plateado. Sintió que estaba en otro mundo y, mientras pensaba en eso, de puro agotamiento se quedó dormido. La nieve del nevero crujía aquí y allá al congelarse, como un ser vivo al que le estuvieran rompiendo los huesos de su cuerpo.
Estaba echado sobre su costado derecho, cuando, de pronto, algo le despertó. No había oído nada, pero diríase que, en sueños, había sentido algo, como una sensación extraña de amenaza que no sabía definir. Se dio la vuelta y ahogó un grito de espanto. Un pájaro enorme estaba a punto de posarse sobre él. Se revolvió en el saco tratando de sacar un brazo sin conseguirlo, mientras el ave, sorprendida ante el repentino movimiento, agitaba las alas intentando detener su aterrizaje. Él notó en el rostro el aire que movían esas alas enormes. Medio dormido, su cerebro tardó en comprender, ¿Qué era ese animal? El pájaro se posó a su lado un instante sin dejar de agitar las alas y luego se lanzó, planeando, por el nevero abajo.
Le costó un tiempo recobrar la calma. El susto había sido grande, sobre todo por lo inesperado. Un ave, tal vez un águila, un buitre o algo parecido le había debido confundir con el cadáver de un animal, y en el instante en el que se iba a posar sobre su presa, él se había dado la vuelta, asustándose tanto como el ave. Estuvo un tiempo pensando en todo eso, en las cosas que le pasan a uno en la montaña. Tardó un buen rato, pero consiguió volverse a dormir.
Cuando se despertó se dio cuenta de que había nevado durante el resto de la noche y ahora, a las seis de la mañana, al bajar aún más la temperatura, todo se había helado alrededor. Las rocas y la nieve brillaban con el aspecto siniestro del hielo y en la penumbra ya no se oía el crujir del nevero ni ningún otro sonido fuera de su respiración. Dentro del saco miró hacia arriba y luego hacia abajo, preguntándose como iba a salir de ese lugar, solo y sin un equipo adecuado. Al mover la pierna un calambre en su rodilla le hizo gruñir de dolor.

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