domingo, 4 de enero de 2009

Ilusión

Ella iba y venía colgando sus fotografías por las paredes del local. Era joven, llevaba el pelo corto y vestía un traje negro. Mientras hacía aquello cantaba y se movía al ritmo de la música. Yo la observaba. Cada uno de sus gestos contenía el entusiasmo de alguien que cree con una convicción total en lo que hace, y ella hacía fotografías; imágenes de manos con flores y cosas por el estilo. “¿Te gustan? Son mías -me comentó, mientras cortaba con los dientes el extremo de un hilo-, yo soy la autora”.
Seguí observando aquello. Pronto cada pared del local estuvo decorada con sus fotografías. “Perdona, te voy a molestar” -dijo-, y a continuación se encaramó a una silla y colgó otra de aquellas fotos. “¿Te ayudo?” -pregunté, mientras sujetaba una de sus fotos.
“¿Sabes? Soy una privilegiada; me permiten exponer aquí. No es la primera vez que expongo. La semana que viene tengo otra exposición. Ya sabes, hay que moverse si una quiere vivir de esto”. “Ya veo” -contesté.
Ella continuó de un lado a otro. Cambiaba sus fotos de sitio y, de vez en cuando, se quedaba mirando y enderezaba alguna. Yo, mientras tanto, pensaba en todos esos comienzos. En la ilusión, la juventud, los sueños... Vivir como un artista, creer en lo que haces. Pensaba en cómo sería esa muchacha dentro de veinte años, si lo habría conseguido. Seguramente no, recuerdo que pensé: seguramente dentro de veinte años habrá olvidado toda esta historia de la fotografía.
Me terminé el vaso de vino y me marché de allí. Al salir a la calle llovía. Era de noche y el aire olía a frío y a humedad. Las luces de Navidad se reflejaban en el suelo mojado. No sé porqué pero toda esa historia me había deprimido. Caminé mucho tiempo pensando en todo aquello, en hermosos comienzos y en tristes finales.

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