jueves, 8 de enero de 2009

En su mundo

Poseía un genio natural. En cada uno de sus gestos latía la fuerza creadora. Cualquier palabra, cualquier acción o decisión que salía de esa mujer, engendraba una obra de arte o ejercía una influencia inmensa en todo lo demás. Ella era un ser privilegiado; vivía de un modo diferente. Tenía su propio mundo, un mundo fuera de nuestro mundo, y allí existía y habitaba, eterna y brillante en su genialidad. Vivía completamente al margen del resto de la humanidad. Podéis estar seguros: nunca vi a nadie flotar así sobre las cosas.
Junto a ella siempre estaba el conocimiento, a su lado siempre había miles de cosas que aprender. Nunca cesaba aquello. Era un mágico ser inagotable, que, a cada instante, abría un universo de nuevas experiencias, y eso sucedía todo el tiempo. Nadie podía eludir esa influencia, aunque muchos, en su ignorancia, ni siquiera lo percibían.
Podía haber sido la diosa de alguna religión de oriente, podía haber pintado cuadros, escrito una novela, o tocado el violín en un grupo de jazz. Podía haber hecho miles de cosas, pero, claro, ella estaba en su mundo, no sabía nada de esto, nunca supo de su genialidad, así que terminó sus días de manager en una multinacional.

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