lunes, 19 de enero de 2009

Ya nada es

Esta tarde, mientras caminaba entre las estanterías de un supermercado, de pronto, he vuelto a ver ese bollo de mi niñez que ya había olvidado. Me he comprado uno y me he venido corriendo para casa. A solas, en mi cuarto, lo he desempaquetado con cuidado, despacio, tratando de hacer que la experiencia se prolongara el mayor tiempo posible. Lo he tenido en mi mano un momento, lo he olido, lo he mirado, y luego le he dado un buen mordisco, como solía hacer cuando era pequeño, e igual que entonces, al instante, un golpe de sabor me ha alcanzado el cerebro. Azúcar, chocolate, huevo, cacao en polvo, nata, un toque inconfundible de licor y ese punto de mermelada que se queda pegado al paladar. ¡Dios de mi vida! Todo seguía allí, bajo ese chocolate. La casa abandonada, las vías del tren que ya habían quitado, la cabaña en la higuera, la puerta de color verde del edificio en ruinas del colegio, la cabellera de aquella niña pelirroja que me escribió: “te quiero” en un papel y luego se marchó corriendo calle abajo...
En esos pensamientos y muchos más estaba yo enfrascado cuando me ha dado por pensar si realmente ese sabor era de mermelada de moras o de fresa. Entonces he buscado el papel y he leído la etiqueta: jarabe de glucosa; emulsionante: E322, E-471, E-477, E-470a, E-475, gasificante: E-450 ii, E-500 ii, estabilizante: E-422, E-410, E-407, E-1442, E-1422, conservante: E-200, E-202, colorante: E-124, E-150... Y así he seguido, perplejo y aterrado, hasta casi acabar con el abecedario.
El resto de la tarde lo he pasado a base de Álmax y de bicarbonato. Tal vez sea aprensión, no sé, tal vez sea tristeza. Ya nada es lo que era. Con la historia del bollo estoy pasando una crisis profunda, de cuidado. Esta tarde, definitivamente, creo que he enterrado el último recuerdo dulce de mi infancia.

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