lunes, 4 de agosto de 2008

Cambiar

El Sr. Osaki, a lo largo de su vida, ha conocido a mucha gente. Gente afortunada, con una mente equilibrada y un cuerpo que funciona acorde a ella. Gente feliz, contenta con su vida y con sus experiencias, que pasa los días de su vida más o menos en paz. También ha conocido a muchos otros que cargaban con el peso de la derrota, con naturalidad, como algo inevitable, como carga cualquier mortal con la sombra de su propio cadáver.
El Sr. Osaki sabe que alguien más o menos feliz y equilibrado jamás podrá entender a un derrotado. Dirá que siempre es posible rectificar, corregir los errores, empezar desde cero, construirse una vida mejor... Palabras y más palabras... Las palabras son hermosas y da gusto verlas volar, construirse escenarios en el cielo, crecer, hacerse inmensas y tomar el color inmaculadamente blanco de las nubes, para luego, sin más, caer, cuando les viene en gana, como una lluvia blanda, sobre la tierra. Pero el Sr. Osaki sabe que uno nunca puede cambiar, que uno nunca puede empezar de cero: para eso tendría que retroceder hasta el principio, allá donde se empezó a gestar el primer signo de un fracaso, el peso de la desilusión primera. Ese lugar, sencillamente se ha desvanecido en un punto del firmamento. Nunca llegó a formar parte de su existencia, vino de antes, de lejos, de muy lejos. De mucho antes que él, o su padre, o el padre de su padre nacieran y en ellos empezara a moldearse de un modo inexorable su destino.
No; el Sr. Osaki sabe que para que un ser humano tuviera una nueva oportunidad y pudiera empezar de cero habría que modificar el principio del universo, seguir con la primera célula, el primer organismo, modificar ese primer planeta, cambiar la creación entera, y apartar de un puntapié a ese Dios patoso, omnipotente y fracasado y decirle que dejara de enredar con sus criaturas.
El Sr. Osaki mira a su amigo. Su amigo que tiene treinta y cinco años y está alcoholizado. Su amigo, que toca la flauta y pasa papelinas en medio de la plaza, bajo la lluvia. Su amigo, que perdió las dos piernas de un modo estúpido, como se pierde siempre lo mejor de la vida y del futuro. Su amigo, que extrañamente, ahora, gira su silla de ruedas, se vuelve hacia el Sr. Osaki y le mira con sus ojos azules y su pelo rubio, empapado, y le dice que va a empezar de cero, que va a cambiar su vida, que mañana será todo mejor y diferente.

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