lunes, 18 de agosto de 2008

Salir al mundo

Me costó hacerlo, dar el primer paso –hacía tanto que no traspasaba el círculo de sal que yo mismo había trazado en el suelo, para marcar mis límites-, y sin embargo esa mañana cogí mis cosas y regresé al mundo. Todo seguía igual: el cielo estaba arriba, tan azul como siempre, y las piedras tenían el mismo tacto rugoso y cortante. El agua, las nubes, la roca, los cuervos… Nada había cambiado. Todo hablaba en el mismo lenguaje de entonces, con las mismas palabras y los mismos sonidos. Reconocí cada olor, cada sonido, cada gesto de la naturaleza.
Algunas veces uno debe dejar su cuerpo y su alma atrás, salir de dentro de sí mismo y respirar el aire helado del exterior. No hace falta querer llegar muy lejos, ni pretender subir muy alto. Sólo hay que tomar cualquier camino y comenzar a andar. Así, uno descubre que el cielo está siempre al alcance de la mano.

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