Me costó hacerlo, dar el primer paso –hacía tanto que no traspasaba el círculo de sal que yo mismo había trazado en el suelo, para marcar mis límites-, y sin embargo esa mañana cogí mis cosas y regresé al mundo. Todo seguía igual: el cielo estaba arriba, tan azul como siempre, y las piedras tenían el mismo tacto rugoso y cortante. El agua, las nubes, la roca, los cuervos… Nada había cambiado. Todo hablaba en el mismo lenguaje de entonces, con las mismas palabras y los mismos sonidos. Reconocí cada olor, cada sonido, cada gesto de la naturaleza.
Algunas veces uno debe dejar su cuerpo y su alma atrás, salir de dentro de sí mismo y respirar el aire helado del exterior. No hace falta querer llegar muy lejos, ni pretender subir muy alto. Sólo hay que tomar cualquier camino y comenzar a andar. Así, uno descubre que el cielo está siempre al alcance de la mano.
Algunas veces uno debe dejar su cuerpo y su alma atrás, salir de dentro de sí mismo y respirar el aire helado del exterior. No hace falta querer llegar muy lejos, ni pretender subir muy alto. Sólo hay que tomar cualquier camino y comenzar a andar. Así, uno descubre que el cielo está siempre al alcance de la mano.
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