lunes, 4 de agosto de 2008

Suburbio


Es una cálida noche de verano. El Sr. Osaki camina por las afueras de la ciudad. Reverberan las luces de los suburbios. En la distancia, se oye el ruido amortiguado de coches y camiones. La ciudad duerme. La autopista es un río de sueños que se marchan para no regresar.
En la penumbra del cielo nocturno el mundo entero es una despedida. Guiños de luz de estrellas, profetas de un lento amanecer, lejano todavía. Dolores y aflicción, versos sin terminar. Vida a la espera.
El Sr. Osaki se sienta en un destartalado banco. Graffitis y botellas rotas, restos de jeringuillas. Gemidos en la oscuridad. Almas que van y vienen, sombras sin sombra, cuerpos en descomposición, rostros sin rostro. Desperdicios de vida que escupe la ciudad.
Hay un destino trágico que flota en el ambiente. Huele a humo y sudor, a cubo de basura, a alcantarilla. Naces, creces, te sobrevives. Lloras, cambias de sitio, rezas, robas, esperas.
El Sr. Osaki contempla el escenario del drama interminable de la vida. El libro del dolor y la aflicción. A un lado del camino, junto a la tapia, hacen furiosos el amor un par de amantes, y la luna más llena que nunca, brilla en el cielo.

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