lunes, 4 de agosto de 2008

En la puesta de sol

El Sr. Osaki contempla una puesta de sol. El círculo de luz pasa del blanco al rojo intenso, luego se vuelve de un color naranja pálido. Desciende a gran velocidad. Se apoya un instante en la línea del horizonte, allí, se estrecha el círculo perfecto, se torna de nuevo intensamente rojo, y luego, sin más, desaparece.
Ya está, ha llegado la noche –piensa el Sr. Osaki-. Otro día termina y con la luz del día se marcha otra esperanza.
¿Qué le deparará la vida? El sr. Osaki se siente esta noche un poco pesimista. Mira a su alrededor, se ve perdido, diferente. Por la calle la gente pasa junto a él ajenos a sus pensamientos. Todos parecen dirigirse a algún lugar, en un punto concreto del futuro. Tan sólo él parece un ser embarrancado en unos arrecifes negros, dentro de un barco saqueado, oscuro y roto. Inmóvil, alejado, ajeno a todo aquello que para los demás constituye la vida.
Del cielo caen gotas de lluvia. La noche se ha vuelto más oscura. Pasa un rato y ahora la lluvia no cesa de caer.
La hierba y el resto de los seres vivos beben de ella –piensa el Sr. Osaki-, pero la lluvia no llueve para ellos. Tan sólo llueve y nada más, y sin embargo, sacia la sed del mundo y le da vida.
Es muy tarde esta noche y el Sr. Osaki regresa muy cansado camino de su habitación. Se siente un poco más tranquilo con éstos pensamientos.
Así debiera ser también el sabio –murmura para sí-. Hace lo que debe hacer y el resto es secundario.

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