lunes, 4 de agosto de 2008

En el atasco

El Sr. Osaki está metido en un atasco. Es sábado por la mañana y un amigo le ha pedido que lleve una furgoneta a un polígono industrial.
El Sr. Osaki contempla a la gente que ocupa los vehículos que tiene alrededor. La mayoría son matrimonios con niños que se dirigen a su lugar de descanso en la playa. Ante él, la hilera de coches se extiende hasta donde alcanza la vista despidiendo una cortina de humo y calor que desdibuja el paisaje.
El Sr. Osaki piensa entonces que le gustaría ser uno más de todos estos hombres y mujeres que van hacia la playa, le gustaría ser un poco más “normal”, alguien que soportara bien esta dinámica de producción, consumo, producción, y quince días al mar. Entonces el Sr. Osaki piensa en que él también podría ir unos días a la playa, o a la montaña, o a casa de algún viejo conocido, o a cualquier parte con tal de salir de la ciudad. Podría unirse a ese grupo de todos, el grupo de los que siguen la corriente. Esa corriente de coches que apenas avanza unos metros en un fallido intento de arrastrarlos lejos del vacío total de su existencia.
El Sr. Osaki se imagina entonces rodeado de gente corriente, intentando ser uno más, haciendo cola en el parking del aeropuerto, en el control de la policía, en la recogida de equipajes, en la parada de taxis o en el chiringuito de la playa, intentando comprar una botella de agua. Se imagina haciendo cola para comer, para cenar, para comprar comida en el supermercado, haciendo cola en la gasolinera, en el buffet libre, en el cruce de la autopista, en el parking que da acceso a la playa… Haciendo cola para ver la puesta de sol…
No; el Sr. Osaki sabe que, desgraciadamente, nunca conseguirá ser uno de ellos. El Sr. Osaki no puede decidirse a dar el paso: no se siente capaz de nadar en la riada de los seres “normales” sin ahogarse. Es un proscrito y siempre lo será. A estas alturas de su vida ya no sabe si es bueno o es terrible no formar parte de ese rebaño de la gente “normal”, pero lo que sí sabe es que ya no soporta las colas ni las muchedumbres, que no soporta ver como se diluye su individualidad en esa masa informe de toallas, sombrillas y cremas para el sol. Lo que sí sabe es que le aterra ser una escama más del cadáver de esa serpiente que llega hasta la costa.
El Sr. Osaki, sacude la cabeza. Por más que lo intenta no sabe dónde ir este verano, y ante la imposibilidad de tomar una decisión, parado con la furgoneta, en medio del atasco, decide no hacer nada, y piensa que, a fin de cuentas, no tomar una decisión también es tomar una decisión. Y se queda en Madrid, sin hacer nada.

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