lunes, 4 de agosto de 2008

Los nueve dragones del vacío

Al día siguiente descendió de la montaña. Los nueve dragones del vacío le acompañaban. Uno por cada cima que había conquistado y cuatro por cada abismo que el alma del Sr. Osaki había conseguido traspasar.
Camino del valle, llegó a un pequeño pueblo perdido en la montaña. Estaba situado en la ladera, sobre unas terrazas de hierba que descendían escalonadamente hasta perderse de un modo abrupto en un barranco. Al fondo del barranco corría un río. Sólo cuatro casas permanecían en pie y sus cuatro habitantes miraban al Sr. Osaki con recelo pues no comprendían que hacía aquel anciano por allí.
-Los hombres siempre rechazan lo que no entienden -pensó el Sr. Osaki.
A la salida del pueblo, en una casa apartada, vivía una anciana que había cumplido cien años. Estaba sentada en un banco de piedra, junto a la puerta, al lado de una pila de madera. El Sr. Osaki se sentó junto a ella a escuchar.
La anciana llevaba la cabeza cubierta con un pañuelo negro. Su rostro y sus manos tenían la textura que tiene la corteza de los árboles viejos, y en sus ojos cansados apenas entraba ya la luz. Junto a sus pies descansaba una perra pequeña de pelo fosco y raza indefinida que dormía profundamente. Tanto, que uno tenía que fijarse mucho para oírla respirar.
La anciana le contó que hacía muchos años, una tarde de invierno, su hijo se mató mientras cazaba en los prados de altura. Los hombres encontraron su cuerpo destrozado un par de días después, allá en el fondo del barranco, junto al río. Desde el día que lo enterró, la anciana nunca más se movió del lugar donde estaba. Ya que no necesitaba nada, tan sólo deseaba morir en paz, en su casa, junto a su perra.
Mientras hablaban el Sr. Osaki miraba al cielo y veía formarse en las cimas de las montañas unas impresionantes nubes negras que descendían, como cascadas de humo, por los collados. El aire olía a humedad, a jara y a pasto recién cortado. Una cabra montesa saltó en algún lugar de la ladera y unas piedras cayeron hacia el valle, rebotando, con un chasquido seco, en la pedrera. Por el camino de detrás de la casa pasó un hombre con unas cabras.
-Ya baja la tormenta -dijo el Sr. Osaki.
Unos truenos sonaron en las cimas ocultas totalmente por las nubes.
La anciana miró arriba y dijo:
-También bajaba la tormenta el día que mi hijo no volvió.
Los dos permanecieron en silencio, escuchando con aprensión. El tiempo empeoraba por momentos. Una densa niebla cubría los pastos y el ruido de los truenos retumbaba de un modo siniestro en el valle.
El Sr. Osaki miró a su alrededor. Los nueve dragones del vacío dormían a sus pies. La perra ya no estaba; se había acurrucado junto a la chimenea, en el lugar más oscuro y protegido de la casa.

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