lunes, 4 de agosto de 2008

En el metro

El Sr. Osaki decide hacer un viaje en metro. Por supuesto él ya ha viajado en metro, pero algo le dice que aquí, en este país, viajar en el metro debe de ser una experiencia diferente. Sale de casa y emprende el camino de la estación más próxima.
Llega, baja las escaleras, saca un billete en la taquilla, observa fascinado el mapa, escoge una línea al azar, baja más escaleras, y espera en el andén lleno de gente a que llegue el convoy.
Ya está, lo ha conseguido. La multitud le arrastra dentro. Empieza la aventura. A su alrededor cada uno pasa el tiempo como puede. Unos escuchan música, otros duermen o leen, y la mayoría observa los pechos de una mujer que acaba de entrar en el vagón. Eso sí; todos con la misma cara de aburrimiento.
Una pareja, al fondo, se besa y se hacen carantoñas. El Sr. Osaki apunta todo esto con cuidado en su cuaderno. Sin saberlo, ha escogido una de las líneas de metro más antiguas y el Sr. Osaki contempla, fascinado, los túneles viejos, la suciedad, el ruido, el traqueteo, y se esfuerza por describir el peculiar olor del lugar y de la gente.
Como atendiendo a una orden misteriosa, todos han salido de pronto del vagón. El Sr. Osaki se sienta por fin, estira las piernas, se pone cómodo, sonríe y apunta también este detalle. Sin embargo ¡qué raro!, el metro se ha detenido en un túnel sin luz y se ha hecho un extraño silencio. El Sr. Osaki se levanta, mira a la oscuridad impenetrable, aguza el oído y, resignado, se prepara a pasar la noche en el vagón.

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