lunes, 4 de agosto de 2008

Infelicidad

El Sr. Osaki está tumbado en la cama de su pensión. Son las cuatro de la tarde y se dispone a leer un rato. Apenas ha comenzado el libro, cuando del otro lado de la pared le llegan unos gritos. Son los vecinos, que están discutiendo. Ella grita que ya no puede más. Se oye llorar a un niño muy pequeño, luego a otro niño. Él entra, grita también. Suena un portazo y se oye el estruendo del cuerpo de uno de los pequeños chocando contra la pared. Los gritos son cada vez más fuertes. Ella se marcha a otra habitación. Uno de los niños se queda solo. Sigue llorando, pero ahora débilmente. Ella, perdido totalmente el control, gime y de vez en cuando grita con todas sus fuerzas que ya no puede más. Desde el otro extremo de la casa se oye la voz de él. La insulta. Ella también le insulta. De vez en cuando, entre la algarabía de gritos, se oye llorar al niño.
El Sr. Osaki presta atención a esta escena que se repite cada día. Contempla como esa familia se aleja irremediablemente de su felicidad y su futuro. Observa el sinsentido de esta situación.
El Sr. Osaki sabe que todo este dolor es fruto del desconocimiento, sabe que todo este sufrimiento se podía evitar si esa mujer y ese hombre pudieran comprender lo absurdo de sus actos. Pero eso no va a suceder –piensa el Sr. Osaki-, seguirán siempre girando en círculos, atrapados en su error, incapaces de encontrar una salida, gritándose y destruyéndose el uno al otro durante toda su vida, y los niños pagarán el precio de su ignorancia como si pesara sobre ellos una terrible maldición.
El Sr. Osaki cierra su libro, suspira y decide marcharse de allí. Necesita salir y respirar. Le duele demasiado ese dolor.
Pasan las horas y al caer la noche regresa a la pensión. Se sienta en la cama de su habitación y coloca sobre la silla que le hace de mesa, un trozo de queso que ha comprado y una barra de pan. En la habitación de al lado siguen los gritos. Los dos niños están llorando. El Sr. Osaki le da gracias al cielo por el queso de cabra y la barra de pan y toma su cena a solas y en silencio, pensativo.

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