lunes, 4 de agosto de 2008

Ligero de equipaje

Al día siguiente el Sr. Osaki atravesó el valle siguiendo un camino que discurría junto al río. El día había amanecido templado, corría una brisa que acariciaba su rostro y su espíritu estaba profundamente en paz.
Sentada junto al río encontró a una mujer. Aún no era mayor, pero tenía todo el pelo completamente blanco. Junto a ella, se hallaban esparcidos sobre una piedra multitud de objetos.
-Hola –saludó el Sr. Osaki.
La mujer levantó la mirada pero no dijo nada, parecía muy disgustada.
-Veo que tienes un problema. ¿Puedo ayudarte?
-Déjame en paz –respondió la mujer-, ¿no ves que estoy cansada?
El Sr. Osaki contempló la multitud de objetos que había a su alrededor. Sobre la piedra lisa de la orilla del río se veían, cuidadosamente colocados, varios vestidos, tres pares de zapatos, algunos frascos de colonia, pañuelos de brillantes colores, una cajita de madera que contenía joyas -cuatro collares y diferentes anillos de oro, plata y piedras preciosas-, un cofre de madera repleto de copas y platos y hasta un pequeño jarrón de porcelana de aspecto muy valioso. También había una garrafa de cristal con agua y un saco con comida.
El Sr. Osaki se quedó mirando todo aquello y dijo:
-Demasiado equipaje para atravesar estas montañas.
La mujer le miró con los ojos cargados de ira.
-¡Maldito viejo! –dijo, de pronto-, ¡sigue tu camino! ¿No ves que estoy ocupada decidiendo que cosas debo dejar aquí?
El Sr. Osaki se despidió de ella con un gesto y continuó su camino siguiendo el río. Era un día maravilloso; el sol brillaba alto en el cielo, pero a la sombra de los árboles no hacía apenas calor. La vida era sencilla. Comer, beber, dormir, sentarse a contemplar el mundo y dejarse llevar por la belleza que habita en cada ser y en cada cosa. No hacía falta nada más. Detrás de él, de tarde en tarde, oía lamentarse a la mujer. Agotada, lloraba amargamente ante la imposibilidad de continuar montaña arriba, cargada con todos los objetos que eran lo más valioso de su vida.

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