El Sr. Osaki está en una montaña. Se ha sentado sobre una piedra que domina un valle. Es de noche y todo está en silencio.
El Sr. Osaki escribe en su cuaderno un poema que habla de la soledad. De vez en cuando levanta la vista y mira alrededor. Observa el valle lejano, solitario y pequeño bajo el firmamento, e intenta no sentir melancolía por cosas que ahora parece que nunca han sucedido. Hace frío y le duele bastante la cabeza, pero el Sr. Osaki siente que se está bien aquí. Inspira el aire helado de la noche, contempla este paisaje y piensa que el futuro, igual que este cielo nocturno, es una oscura incógnita, carente de luz y de esperanza. Así empieza y termina todo -dice mirando al cielo-: como una eterna pregunta sin respuesta.
Pasa el tiempo y ahora, el Sr. Osaki duerme. En el cielo brillan miles de estrellas y, aunque él no las ve ya, en cada una de ellas, hay escrita, para él, una respuesta.
El Sr. Osaki escribe en su cuaderno un poema que habla de la soledad. De vez en cuando levanta la vista y mira alrededor. Observa el valle lejano, solitario y pequeño bajo el firmamento, e intenta no sentir melancolía por cosas que ahora parece que nunca han sucedido. Hace frío y le duele bastante la cabeza, pero el Sr. Osaki siente que se está bien aquí. Inspira el aire helado de la noche, contempla este paisaje y piensa que el futuro, igual que este cielo nocturno, es una oscura incógnita, carente de luz y de esperanza. Así empieza y termina todo -dice mirando al cielo-: como una eterna pregunta sin respuesta.
Pasa el tiempo y ahora, el Sr. Osaki duerme. En el cielo brillan miles de estrellas y, aunque él no las ve ya, en cada una de ellas, hay escrita, para él, una respuesta.
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