lunes, 4 de agosto de 2008

Gamberros

El Sr. Osaki está disgustado. No entiende lo que sucede esta tarde con el mundo. Ha cruzado una calle. Iba distraído, completamente sumido en sus pensamientos. De pronto, un coche ha surgido de la nada a gran velocidad. El chirrido de las ruedas le ha devuelto a la realidad. Sobresaltado, casi sin aliento, el Sr. Osaki ha intentado disculparse, pero, desde el coche, un joven enfurecido le insultaba y cuatro jóvenes se reían de él.
El Sr. Osaki ha seguido caminando. Ha decidido dirigirse a un parque. Allí estará tranquilo –piensa-. Es un parque agradable, con ondulantes laderas de hierba que recuerdan el lomo de un dragón. Un dragón con el lomo cubierto de musgo, que duerme... En esas y otras cosas estaban sus pensamientos cuando, de nuevo, algo ha venido a turbar la paz de su paseo. Desde lo alto de una de esas colinas un grupo de chavales ha comenzado a lanzarle piedras. Una de ellas, del tamaño de un puño, ha caído a su lado, rompiendo la luna trasera de un coche que estaba aparcado.
El Sr. Osaki no se decide: ¿debe subir corriendo la ladera y tratar de alcanzar al muchacho? Y si lo consiguiera, ¿debería vengarse por lo que hubiera podido suceder?, ¿gritarle como un energúmeno?, ¿golpearlo?, ¿arrastrarlo?, ¿humillarlo?... Mientras piensa en todas éstas posibilidades los muchachos se ríen de él. El joven se agarra con las dos manos la bragueta y moviendo las caderas con un inconfundible gesto obsceno grita: ¡toma! ¡Toma, moreno! ¡Gilipoooollasss!
El Sr. Osaki no entiende porqué este joven le llama moreno cuando él es más bien de piel blanca tirando a amarillenta, así que lo atribuye a un insulto racista fuera de lugar, pero ya no le importa. Se siente, de pronto, demasiado cansado de todo como para responder a este despliegue de expresividad y decide sencillamente no hacer caso y continuar, lo más tranquilo posible, su camino. La ignorancia es terrible -murmura- sólo crea dolor, y mientras dice esto nota como se disipan, despacio, los restos de ira y de rencor. Vuelve a sus pensamientos y al rato, cuando ya casi había olvidado el incidente, de pronto, recuerda cómo hace mucho tiempo, cuando él era joven también y le sucedían este tipo de cosas, solía ingeniárselas para atrapar a los gamberros y con un buen par de puñetazos en los morros, quitarles la ropa y el dinero.
Ahora el Sr. Osaki camina por una amplia avenida concurrida. Regresan a su mente los recuerdos. La gente se vuelve cuando pasa. Se va riendo solo. Se ríe a carcajadas, sin poderlo evitar, se va riendo solo, como un idiota.

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