lunes, 4 de agosto de 2008

Felicidad

Cae la lluvia y el manto vegetal del bosque está empapado. Huele a tierra mojada y el viento que baja de las cimas, corre entre los árboles. La montaña está cubierta por las nubes, pero aún así, al fondo, muy arriba, en un pequeño claro, empieza a amanecer. Primero, las nubes se han abierto muy despacio y una ligera cortina de agua ha descendido hasta acariciar las copas de los árboles más altos, luego, después de un breve instante, el agua se ha transformado en niebla que se ha escondido entre las rocas. Suenan algunos truenos muy abajo, en el valle lejano, y nace un arco iris gigantesco Un instante después, como si la naturaleza hubiera querido hacer un truco de magia apabullante, un potente chorro de luz ha surgido del cielo y ha llenado de vida el escenario perfecto del mundo.
Amanece, es de día otra vez –piensa el Sr. Osaki-. La vida continúa. La vida inmensa, inacabable, eterna. La vida de los hombres y las cosas. La vida en la naturaleza, aquí, donde todo es sencillo y también especial.
Tres buitres giran en círculos en el aire ligero de la mañana buscando su felicidad en los ríos calientes del cielo. Unas cabras montesas se dejan ver en lo alto de unas rocas; canta un pájaro cien metros más abajo. Un lagarto observa al Sr. Osaki que a su vez observa al lagarto, y en los ojos del pequeño animal, el anciano ve brillar los misterios del mundo. Todo esto es la vida.
El Sr. Osaki recoge sus cosas con cuidado. Es temprano, pero aún tiene que atravesar esas montañas. Comienza a caminar. Atrás queda un momento de felicidad perfecta. Un instante de plenitud vivido en el mundo. La vida es sólo esto –piensa el Sr. Osaki-, camino del instante siguiente.

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