lunes, 4 de agosto de 2008

La carta

El Sr. Osaki ha recibido un sobre esta mañana. Lo abre y encuentra una hoja en la que sólo hay una pregunta escrita. La lee despacio.
Observa el sobre y el papel. Reconoce la letra. No hay una dirección adónde responder, y si la hubiera, ¿qué puede contestar alguien como el Sr. Osaki a una pregunta así? Toma la pluma e intenta improvisar una respuesta, pero mientras trata de imaginar algo sensato, su mente se pierde en los recuerdos, se queda pensativo, y no puede evitar una sonrisa.
Es algo difícil de explicar -piensa el Sr. Osaki-, pero en aquellos tiempos le sucedía siempre. Puntual, como un cometa que regresa, cruzando el firmamento, sin faltar nunca a la esperada cita, cada cinco años, con una precisión perfecta, aparecía en el cielo nocturno de sus días, una mujer que le atrapaba siempre.
Ésta llegó de un modo inesperado, como llegan las cosas importantes de la vida. Hablaron, y él comprendió enseguida que sus destinos jamás coincidirían. Tardó bastante tiempo en descifrar qué tenía exactamente esa mujer, que tanto le atraía. No se parecían en nada, y sin embargo, en los raros momentos que habían compartido, el Sr. Osaki supo que ella poseía la clave de un misterio esencial que él desconocía.
Pasaron algún tiempo juntos, y en sus conversaciones, siempre aprendía nuevas cosas de ella. Era culta e inteligente, frágil y al mismo tiempo fuerte. Con el tiempo quiso querer llegar a comprenderla como sólo se puede comprender a alguien que, a tu pesar, se ha llevado consigo, tu alma, para siempre.
Esa mujer le demostró lo poco que sabía de dos cosas vitales de la vida y a cambio de unos versos, un día le enseñó a escuchar la hermosa melodía que esconde entre sus cuerdas la esencia más profunda de todo lo que es femenino.
Nunca fue un buen alumno, pero puso interés. Ahora, después de tanto tiempo, contempla de nuevo esa pregunta y no sabe qué responder, pero cuando el Sr. Osaki recuerda lo poco que aprendió y sin embargo, cuánto quería comprenderla, piensa en todo lo bueno que nos regala el mundo algunas veces, y no puede evitar que ilumine su rostro, de nuevo, esa sonrisa.

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