miércoles, 6 de agosto de 2008

Conversación

-El problema, después de todo, tal vez sólo consista en encontrar una razón para seguir viviendo, pero ¿quién es capaz de conseguir una proeza así en nuestros tiempos?
Mi amiga miró al cielo de la noche. Con el paso de las horas había descendido la temperatura y ahora se estaba bien allí. Estábamos sentados en una de esas terrazas de verano donde la gente de la ciudad pasa gran parte de la noche huyendo del calor y de la melancolía. Continué:
-Vivimos en un mundo de posibilidades infinitas y sin embargo nunca sucede nada que nos aporte algo de luz. Los años pasan, el tiempo se nos escapa de las manos, y todo sigue igual. Vivimos atrapados en una interminable sucesión de errores que se repiten siempre. No hemos avanzado nada.
-Pero, sí hemos avanzado –replicó mi amiga-, ya no somos los mismos. ¿Ya no recuerdas cómo éramos?
Bebió un largo trago de su copa y comenzó a liarse un cigarrillo. Yo contemplaba su larga melena pelirroja que ahora le tapaba la cara y pensaba en todo el tiempo que había trascurrido desde aquellos lejanos días de nuestra juventud.
-No sé, tal vez sí hemos cambiado algo, pero siempre tengo la sensación de que no hemos llegado a ninguna parte.
-Siempre has pensado demasiado en estas cosas –se humedeció los labios y pasó la punta de su lengua con cuidado por el borde del papel. Acabó de liar el cigarrillo. Levantó la mirada y sus ojos brillaron bajo la luz de la farola. Un coche de policía pasó a toda prisa calle abajo-. Nunca vas a encontrar el sentido de la existencia, ni siquiera una buena razón para vivir. ¿Por qué no dejas de buscar? Limítate a vivir, como hago yo, y olvídate de todo lo demás. ¿Aún sigues escribiendo?
-Si. A veces escribo alguna cosa.
-¿Cómo se titulaba aquella novela que siempre decías que no conseguías terminar?
-El libro del dolor humano –respondí.
Mi amiga sonrió, y yo sonreí también. Ahora parecía un título ridículo.
-No me extraña que no lo terminaras –dijo.
Miré a mi amiga. Seguía siendo la misma. A través de los años, de un modo misterioso, había conseguido mantener intacta la fuerza que surgía de ella. Su melena pelirroja lanzaba destellos a la luna y un montón de recuerdos vinieron a mi mente.
-¿Sabes? –dije de pronto-, creo que nunca he dejado de quererte.
-Lo sé. A mí me pasa igual.
-Ya ves, no hemos cambiado nada.
-Nunca se cambia. Mejor no darle vueltas a estas cosas –se hizo un largo silencio. Ella fumaba con la mirada perdida en algún punto del pasado.
- Era una mierda de novela –dije, mientras le hacía una seña a la camarera pidiendo la cuenta.
-Aunque fuera una mierda debías haberla terminado –respondió.

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