lunes, 4 de agosto de 2008

¿Quién sabe escuchar?

El Sr. Osaki está sentado frente a un gran edificio de apartamentos. Algunas tardes, cuando se pone el sol, el Sr. Osaki se sienta en este banco y deja vagar su mente mientras observa como se van iluminando, una a una, todas las ventanas.
El edificio es una torre inmensa, aislada del entorno, situada en un lugar estratégico, en un barrio de lujo del centro de la ciudad. Al Sr. Osaki le gusta imaginar la impresionante vista que disfrutan sus propietarios desde esas ventanas. El parque que está situado enfrente, la línea del horizonte dibujada por las copas de los árboles, el lago, sobre el que la puesta de sol acude a su cita al acabar el día, las montañas al fondo del paisaje, y luego, por la noche, las luces de la ciudad bajo un cielo espléndido cubierto de miles de estrellas.
El Sr. Osaki piensa que la gente que vive aquí es afortunada. Los imagina allá arriba, en sus casas, dominándolo todo, en medio de un silencio mágico, pasando, confortables, los días de sus vidas. Y se imagina también cómo sería su vida en uno de esos apartamentos, escribiendo detrás de una de esas ventanas, tan cerca del cielo, rodeado de libros, mientras, bajo él, se desarrolla la vida.
¡Quién fuera uno de ellos! -dice en voz baja.
Ahora ha salido una mujer del portal. De pronto se da cuenta que es la primera persona que ve salir de ese edificio. La mujer cruza la acera -suenan los tacones de sus zapatos-, y se sienta en el banco junto a él. Mira hacia las ventanas. Suspira. Durante un rato los dos permanecen muy juntos, en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos, los dos contemplando la inmensa torre ahora iluminada por los últimos rayos dorados de sol. Una tras otra se van encendiendo las luces de las ventanas.
Inesperadamente, la mujer se vuelve hacia el Sr. Osaki y dice: ¿usted sabe escuchar? Y ella misma contesta: ya nadie sabe escuchar en nuestros días.
El señor Osaki no responde, se limita a escuchar. Está escuchando con todos sus sentidos. Mira a los ojos de esa mujer: desde ellos afloran un par de lágrimas que descienden despacio por su rostro, dibujando una fina línea de agua que acaba en sus labios pintados de color rojo.
La mujer le mira intensamente. Va vestida con un traje negro, elegante, que la distancia de un modo irremediable del banco y de la acera. Sus ojos empapados atrapan los colores azules de un letrero de neón y los lanzan al cielo de la noche. Debió ser una mujer muy hermosa -piensa el Sr. Osaki.
-Mi hijo se ha suicidado -dice.
El Sr. Osaki escucha. Se limita a escuchar y a contemplar sus ojos.
La mujer va a decir algo más, pero un coche llega apresuradamente y se detiene en doble fila justo detrás de ellos. Se baja un hombre bien vestido.
-¡Vamos! -le dice el hombre-, y la toma del brazo. ¿Quién es? -murmura-. ¿No te he dicho mil veces que no hables con extraños? La mujer no dice nada. Tan sólo se deja llevar como ha hecho siempre.

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