lunes, 4 de agosto de 2008

El juego de la vida

El Sr. Osaki ha salido a caminar por la noche. Le gusta contemplar este mundo nocturno, tan diferente de ese otro mundo que entrega el tiempo de sus vidas a la más previsible luz del día.
Entra en un bar, se sienta en la barra, y pide una bebida. A su alrededor, perdidos entre el humo y la música, como en un escenario perfecto, se despliega ante el Sr. Osaki el juego de la vida.
A su lado una chica sonríe; todo ella es sonrisa –piensa el Sr. Osaki-, y sus ojos se llenan con la luz que desprende esa sonrisa. Disimuladamente, igual que si robara un cenicero, se guarda en su alma esa sonrisa. Ella habla de sus cosas con un joven que dice que va a ser escritor. Junto a ellos también hay una chica, que rebosa de vida. ¿Cómo se llamarán? –piensa el Sr. Osaki. ¿Qué los habrá traído aquí? ¿Qué les sucederá a partir de este momento? ¿Cómo trabajará el destino sus noches y sus días?
El Sr. Osaki ve cómo se despliega ante sus ojos un universo de posibilidades y en su mente contempla la historia de sus vidas. Sabe que para ellos ya nada será igual. Algo los ha traído aquí y eso provocará que todo cambie. Este encuentro fugaz dará lugar a otros encuentros, a miles de millones de cambios y de situaciones. El destino esta noche ha abierto sus compuertas y sus vidas se llenarán de historias, tristezas y felicidades… Un hombre se ha acercado al grupo. Es más mayor y tiene los rasgos curtidos de experiencias, parece un hombre de carácter fuerte, decidido. Habla de sus viajes y de todo lo que un día dejó por el camino.
Para el Sr. Osaki este sitio es el paraíso. Respira el humo del tabaco, oye los ruidos, la música, y hasta oye el murmullo del silencio que espera agazapado en los rincones. Aquí empieza y termina todo, aquí se para el tiempo. El bar de esta ciudad pudiera ser un bar en el Caribe, o un bar en un lugar donde un día, de pronto, dejó de transcurrir el tiempo. El Sr. Osaki reúne unos recuerdos, los deja sobre el mostrador y piensa: la gente siempre parece ser la misma, y sin embargo, cuando uno mira bien, todo es, al mismo tiempo, diferente.
Es de noche: el Sr. Osaki ha salido del bar, camina solo, por las calles vacías, pero ahora empieza a amanecer. Canta, bajito, una vieja canción que casi había olvidado. Se siente en paz consigo mismo. Todo está en orden –piensa-, esta noche, de nuevo, la vida ha ganado la partida.

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