lunes, 4 de agosto de 2008

En la cima de la montaña

Una estrella fugaz cruzó el cielo nocturno dejando tras de sí un rastro de luz y de polvo de estrellas.
-¡Qué soledad! ¡Qué silencio! -dice el Sr. Osaki.
En la cima de la montaña no parece pasar el tiempo. Es una noche sin luna, oscura y fría. El Sr. Osaki está metido en su saco de dormir.
-Mis pobres, viejos huesos -piensa, mientras cambia de postura y acomoda su cadera entre dos piedras.
Sobre él, el firmamento es una conmoción de estrellas. Hay miles, millones de puntos luminosos. A su izquierda, la Vía Láctea es un río de claridad plateada. El Sr. Osaki contempla, asombrado, toda esa belleza, con los sentidos aturdidos por la grandiosidad del espectáculo.
-Todo es un gran misterio. La vida, la muerte, el universo... Todo es tan fascinante, y sin embargo, ¿porqué siento este sentimiento de tristeza?
El Sr. Osaki intenta dormir pero esta noche, en la cima de la montaña, regresan sus fantasmas.
-No eres feliz -le dicen-, tanto buscar y al fin no has encontrado nada. Eres un huérfano en un universo extraño, un ser que camina sin rumbo, a la deriva.
El Sr. Osaki sacude la cabeza. No quiere escuchar esas viejas historias.
-¿Sabéis? -le dice a sus fantasmas-, tal vez ya no haya nada que encontrar. Tal vez todo consista en seguir caminando y sin embargo, cuando todo termine, cuando a mi alrededor todo este universo se apague y se consuma, me encontrará caminando. Caminaré hasta que ya no quede nada más por caminar y aún después, cuando bajo mis pies no quede tierra, seguiré caminando. Sobre el viento, las nubes o el mar, caminaré hasta que se cumplan los días de mi vida, tratando de hallar una respuesta. Tal vez en eso consista mi destino.
La montaña está en calma. Las estrellas buscan los límites del cielo. Arrastrados por el viento nocturno descienden hacia el valle los fantasmas. Una rapaz nocturna cruza la noche dejando un rastro de silencio en el aire. El Sr. Osaki se ha dormido. No piensa, no siente. Tan sólo permanece en el instante. Ahora su corazón habita en algún punto, allá en la Vía Láctea, en un lugar lejano, donde no alcanza a llegar el sufrimiento.

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