lunes, 4 de agosto de 2008

La vida

Todas las mañanas el Sr. Osaki se prepara un café, se lo toma despacio y luego sale de casa y se dirige a un punto concreto situado en las afueras de la ciudad. Allí, se sienta sobre una valla de piedra y contempla el nuevo amanecer. Hace esto cada día.
Esta mañana el Sr. Osaki mantiene una conversación de hombre a sol. El sol le dice que ya está aquí el verano. Son las siete menos cuarto de la mañana y, en un instante, el cielo ha pasado del color rojo intenso al bermellón, que se ha impregnado de todos los matices del amarillo y un tímido color anaranjado, para cambiar más tarde a un color cadmio intenso, que late en esta atmósfera temprana al ritmo de un joven corazón.
Mientras conversa con el círculo deslumbrante de luz que se va haciendo cada vez más poderoso, va creciendo en el cielo un árbol de luz que se despierta, estira sus ramas y se hace todo claridad azul celeste y, de pronto, como un encantamiento, se crea la magia de la vida.
…La vida… El Sr. Osaki se estremece. La vida –murmura-. El sol de este día le dice que un hombre es tan grande como es su ideal, su proyecto, su plan. Que un hombre es tan grande como sea su esperanza, sus gestos, su amor a la vida…
La vida… El Sr. Osaki no consigue entender como alguien tan gastado como él, después de tantos años, pueda seguir sintiendo este amor rabioso por la vida.
El Sr. Osaki regresa caminando despacio hacia su casa. Aún lleva los ojos cargados de luz y el alma de alegría. Sonríe. La vida –piensa-, la vida… Tras él, el sol asciende hacia lo más alto del cielo a una velocidad de vértigo, como si temiera que se le escapase el tiempo de vivir este día.

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