lunes, 4 de agosto de 2008

Hojas muertas

Una muchacha conversa animadamente con el Sr. Osaki. Es joven y rebosa de vida. La ha conocido esta tarde, mientras paseaba, y ahora le habla con entusiasmo de lo bello que es vivir.
El Sr. Osaki intenta escuchar con atención, pero su mente escapa una y otra vez a algún lugar sombrío de su pasado. Mientras, la chica continúa hablando.
Están sentados en la orilla de un estanque y se está poniendo el sol. La chica agita el agua con su mano y se refresca el cuello. El Sr. Osaki observa como una tortuga se desliza hacia el fondo en la paz de la tarde. Las carpas pasan en fila junto a ellos. Hay una plateada que parece observarlos. Un poco más lejos rompe las aguas el lomo de un dragón. Una anciana da de comer a las palomas mientras la lengua áspera del tigre de la desolación lame la espina clavada en la garra del mundo. El Sr. Osaki suspira. Un momento perfecto, se dice para sí, pero siente que está cansado. En la orilla opuesta un grupo de personas pasa cantando una canción.
La chica continúa. “No somos más que hojas de un mismo árbol” –dice-, y sus preciosos ojos grises brillan de satisfacción ante la idea. El Sr. Osaki mira al suelo y lo único que ve son muchas hojas muertas esparcidas sobre la hierba. Se ha hecho de noche y del cielo se desprenden un par de estrellas que caen al lago, muy cerca de donde están ellos. El Sr. Osaki observa cómo se hunden despacio. Ahora las ve brillar, posadas sobre la arena del fondo. El Sr. Osaki está a punto de levantarse y coger una. Quisiera regalarle una estrella a esta chica, pero esta noche se siente demasiado cansado para intentar ese gesto.

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