lunes, 4 de agosto de 2008

En el camino del bosque, junto al río

El Sr. Osaki es un solitario, tal vez por eso tiene esa extraña relación con la gente y las cosas. Algunas veces, mientras le observo caminar sin rumbo, mientras cruza la ciudad, o se sienta en la hierba en un parque, o charla con un desconocido, un niño, un anciano o cualquier objeto -una estatua, un árbol, una montaña, un pájaro, un río-, siento que es alguien especial, un ser fuera del mundo, alguien que ha dejado multitud de sentimientos y de experiencias, perdidas muy atrás, en el pasado. ¿Qué le hace ser así?
Últimamente, mientras le sigo, pienso mucho en él y en lo que representa. No es un sabio, tampoco es un filósofo, es un hombre normal, con un pasado y un presente, con un futuro incierto, como todo futuro, y sin embargo posee en su interior una mezcla de todos los conocimientos y las filosofías. Tal vez eso haga de él lo que realmente es. Un ser humano. Un hombre que pasa desapercibido, y sin embargo, alguien que va cambiando el curso de la historia de alguna persona cada día. Alguien tan importante, vital, e imprescindible, como tú y yo.
Mientras sigo los pasos del Sr. Osaki, comprendo que cada uno es, por encima de todo, lo que siente, lo que piensa, lo que anhela. Cada uno es, por encima de todo, su actitud, su visión de las cosas, su interés, su deseo, su búsqueda. Cada uno es el camino que transita en esa búsqueda que dura todos y cada uno de los días de nuestra vida.
Muchas veces he presenciado como el Sr. Osaki hablaba con la gente, daba consejos, se observaba a sí mismo a través de las cosas, pero sobre todo he presenciado como el Sr. Osaki, la mayor parte del tiempo, lo único que hacía era escuchar. Escuchaba, observaba, pensaba, aprendía... Intentaba entender cada mínimo aspecto de los seres humanos y de la naturaleza, tal vez en un desesperado intento de entenderse a sí mismo.
Le he visto entristecerse hasta rozar la locura por un mínimo detalle del caos del existir. Le he contemplado mientras se bañaba en las aguas de un río, rodeado de nieve, y le he visto reír y ser muy feliz. Una noche le vi subir a las estrellas y regresar de ese cielo nocturno con las manos repletas de luz, deslumbrado y perdido, sin haberse enterado de nada de lo que había vivido, y luego, dos días más tarde, le he visto descender al abismo de los seres humanos y sufrir con cada uno de ellos por las cosas oscuras, siniestras, terribles, de la vida. Le he visto algunas veces, infinito y feliz, y otras cansado, muy cansado, pero siempre le he visto buscando, con esa intensidad y esa decisión del que sabe que ya no puede hacer otra cosa que no sea perseguir su destino.
Esta tarde, mientras se pone el sol, camino unos pasos detrás de él. Sigue un sendero estrecho que atraviesa un bosque. Al lado del camino desciende un riachuelo. Mezclado con el ruido del agua que salta entre las piedras, se oye el crujido de madera de los troncos inmensos de los pinos de la montaña, mecidos por el viento, pero esta tarde el Sr. Osaki no mira alrededor, no escucha, sólo camina.
Perdido entre sus pensamientos, El Sr. Osaki no parece existir. A ratos se le oye respirar. Si no fuera por eso, diríase que en ese cuerpo, esta tarde no habita nadie, sólo el vacío. Un vacío capaz de contener lo mejor y lo peor de cada ser humano, un vacío que le abre la puerta a todo el universo. Un vacío capaz de contenernos a ti y a mí al mismo tiempo. Un vacío capaz de contenernos a los dos.

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