domingo, 31 de agosto de 2008

El mundo

Aquella noche, de pronto comprendí con una claridad perfecta que existían dos mundos. Uno era el mundo de las familias acomodadas. Un mundo inmaculado, perfecto y limpio donde todos y cada uno de sus miembros hacían siempre lo que tenían que hacer, y luego ese otro mundo, desconocido y oculto para la mayoría. Era el mundo de los Rumanos, los Colombianos, los Chinos, los Marroquíes... Un mundo que se mezclaba cada noche con ese otro mundo de los descarriados, hijos desde siempre de la ciudad. Chicos y chicas jóvenes, gente mayor, hombres, mujeres, ancianos, niños... Un mundo subterráneo que sólo se dedicaba a vivir un día y otro día, sin una idea clara del futuro. Un mundo que no esperaba nada de la sociedad ni de la vida. Y allí estaba yo, mezclado entre todos ellos, solo y perdido, como cualquiera, pero asistiendo a este espectáculo como un espectador que, fascinado, intenta comprender el mensaje oculto de una obra de teatro o de una compleja sinfonía.
En ese mundo había mujeres que ya no hablaban de obtener amor de sus parejas, sino sólo algo de deseo, hombres desesperados que buscaban un pequeño destello de cariño o un último trago de alcohol. Hombres y mujeres sin esperanza y hasta -y esto era aún lo más terrible-, sin desesperación. Fracasados, perdidos, vagabundos, locos… Hermanos en la desolación, seres que, poco a poco, entraban en mi alma y que, una vez allí, dejaban de ser de carne y hueso y se transformaban en memoria, gesto, recuerdos y conocimiento. De pronto comprendí que aquel era un mundo especial. Era el mundo de los seres humanos. Un mundo frágil y al mismo tiempo fuerte. Un mundo construido con un entramado de redes complicadas que nunca alcanzaría a comprender, tan profundo, fascinante y oscuro como un abismo, que apenas llegaba a ser iluminado por la luz de la luna o de la compasión. Aquella noche comprendí que, de pronto, vivir era de nuevo una aventura. Me sentía abrumado con esa sensación, como alguien que acaba de despertar de un coma profundo y que regresa de nuevo a algún lugar de su pasado sin poder comprender. Notaba como mi sangre corría de nuevo, caliente, por mi cuerpo. Mi cerebro se desbordaba lleno percepciones, tan intensas que tardaría aún mucho tiempo en descifrar. El mundo estallaba en mi mente y, de pronto, sentí que todo, en ese instante, había recuperado su luz, su intensidad. Después de mucho tiempo, por fin, había regresado al mundo, y este me recibía con su pasión y con su intensidad de siempre. Miré hacia arriba: entre los edificios brillaban las estrellas y en cada cristal roto del suelo de la calle se reflejaba el incierto futuro de cada ser humano.

No hay comentarios: