miércoles, 20 de agosto de 2008

Patmos

Él llevaba ya más de treinta años sin ir a ningún lado. Ella nunca paraba de viajar. Se habían conocido en la presentación de un libro y desde entonces, dos o tres veces cada año, se escribían cartas donde ella le contaba, entusiasmada, cosas de los lugares por donde había pasado, detalles de los monumentos, anécdotas del mundo y de la gente. Él contestaba a aquellas cartas sin saber qué contar. Respondía cosas intrascendentes –los pájaros se han ido y no han vuelto este verano, las flores ya no tienen aquel color violeta que solían tener-, y también le contaba que al cumplir los ochenta, un día iría con ella a Patmos, que era un lugar tan bueno como cualquier otro, cuando por fin se decidiera a viajar.

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